martes, 14 de julio de 2009

La manera de ser


¿Alguna vez observaste le vaivén de las olas de un mar relativamente calmo?
A lo lejos se va formando, avanza con una determinación irresistible juntando cada vez más agua a su paso, creciendo y avanzando.
La ves venir, imparable y, por conocido, ya estás previendo el momento exacto donde va a romper, desbordando el caudal que porta e irá a derretirse lamiendo la faja de arena húmeda presta a recibir la caricia redentora.
Y se vuelca y se retrae.
Empuja y desempuja.
Adelante y atrás.
Y termina esa y ya llega la otra y, más atrás, otra que se viene formando.

Otras veces no se desbordan sino que hacen un montón de espuma entreverada que arremolina la arena, allí mismo en la punta del mar.

Lo que no cambia es su incesante vaivén.

Así es hoy la angustia mía.
Comienza en algún lugar determinado del alma y revienta unos segundos antes de la garganta.
Cuando es ola que se derrite, es una lamida que atenaza y se diluye hacia el estómago.
Cuando es ola de burbujas, un suspiro disneico me retumba los labios.

He encontrado, entonces, la manera de ser mar.

viernes, 3 de julio de 2009



Quiero contarte un secreto hoy para que mañana, cuando seas grande y la tristeza te agüe en las pupilas, no pierdas la esperanza.

Con el pasar de los años, a medida que le gambeteaba los cascotazos a la vida, se me empezaron a perder las risas.
De pronto me di cuenta que se me iban acabando y, a veces, pasaban días sin que la magia redentora del reír saltara por mi alma y me renaciera el cuerpo.
Entonces me puse triste.
Pero después me dije que tendría que buscarlas de alguna manera.
El tiempo pasaba siempre buscando yo, aunque fuera, una risa cada tanto. Pero una risa en serio, una risa de verdad, esa que te brota espontánea cuando te hacen cosquillitas muy adentro y se te explota la vida en un sinfín instantáneo de buenaventura.
Cada tanto la encontraba, me ayudaba tu mamá. ¡Y era tan feliz cuando lo lograba!

Un día me puse a pensar donde se habrían marchado esas risas, que antaño, solían poblar mis días y hasta mis noches de soñar.
Creí que era el destino de todos, que con los años y de tanto andar, se nos olvidaba el reír por mucho aprender a resistir.
Entonces lo acepté así y, todos los días, me pasaba acechando las horas para encontrar una risa.

Sin embargo hoy, cuando iba ya degustando mi enésimo reír, cuando sentí que el adentro se me desbordaba en tibiezas que me rellenaban los agujeritos del alma, me di cuenta que vos habías encontrado todas mis risas perdidas.
Y, además, me estás inventando risas nuevas, tan hermosas, tan llenas de mariposas, tan descubridoras que me has enseñado, a esta altura de mis años gastados, a reír desde el alma con el cuerpo entero.



Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.

Miguel Hernández.

viernes, 26 de junio de 2009

Como si fuera

Tengo en la piel regusto de estrellas.

Por ojos dos eclipses mal disimulados. Uno de sol, otro de luna.

Constelaciones enteras se anudaron a mis caderas y la cruz del sur, por cruz y por sur, en mi espalda marca el centro de la tierra.

A veces me siento tan vieja como el universo.

martes, 23 de junio de 2009

Hombre en sombras

Hoy lo vi otra vez, caminando como despidiendo ayeres nostalgiosos que le dan la bienvenida al mañana.

Gabriel tiene tres sombras. La de él y la de sus padres desaparecidos.

Sea como sea que le pegue la luz, la proyección de Gabriel nunca es finita, es una sombra embalada con dos rebordes que la contienen, oscuros paréntesis lado a lado; el uno mamá y el otro papá.

Lo criaron sus abuelos. Su niñez y su adolescencia las hubo de adolecer entre preguntas sin respuestas, en una espera continua y pertinaz que no lograba espantar.
Cuando era niño, a veces, se volaba de la escuela con su moña azul por alas y se convencía que sus padres estarían afuera, esperándolo a la salida, dándole la mayor alegría de su vida. La maestra lo sacaba de su ensoñación pero el seguía, ahora, con cosquillas emocionadas en la punta del estómago, deseando que el timbre avisara la hora de libertad para poder ver si su deseo se había cumplido. A medida que juntaba el cuaderno, los libros, los lápices y la goma para acomodarlos en su mochila, su respiración se hacía más fuerte, más fuerte y, casi temblando de emoción, comenzaba la salida del aula con pasos lentos. El camino hacia la puerta de la calle le parecía toda una eternidad. ¡Cómo quería descubrir la cara de sus papás entre la maraña de personas que iban a buscar a sus hijos!
Su corazón latía desenfrenado y, como cada vez, como cada día, parecía que se le iba a saltar del pecho mientras, febrilmente, buscaba y buscaba en un vaivén incesante de ojos y cabeza.
Luego, como cada vez, como cada día, su corazón se detenía, dejaba de latir dolorosamente por un instante cuando descubría la figura contenedora del abuelo. Mamá y papá no habían venido. Sus deseos y sus ruegos no habían servido para nada. Mamá y papá seguían desaparecidos.

El día que fue por primera vez al liceo, despidiendo la niñez escolar, dejó de esperarlos a la salida de clases.
Comenzó a verbalizar algunas preguntas, como queriendo comprender ‘por qué’. Porque había entendido que papá y mamá seguían desaparecidos.

Creció y decidió comenzar a armar el puzzle con las piezas que tenía: desaparecidos, política, dictadura, militares, guerrilleros, tortura, muerte, democracia.
No puede terminar de armarlo.
Comprendió que le faltan piezas: cuerpos, ataúdes, duelo, cementerio, verdades.

Creció y resolvió, mientras busca, vivir; pelearle al olvido transitando un presente preñado de futuro.

martes, 9 de junio de 2009

Un favor

Querido Martín:

Te escribo para pedirte un favor.
En una de esas, probablemente, no llegues a comprender las razones del discurrir de mis sentires, pero, he de decirte que, por momentos, yo tampoco las logro asir, como para poder manejarlas y no dejar que se me formen agujeritos en el alma.

A veces, cuando pienso en la gata gorda sola, encerrada y sin el afecto al que estaba acostumbrada… pucha… se me forma un nudo tan grande en la garganta que me ahoga. La imagino mirando el fondo, por el vidrio de la puerta, sin entender por qué ya no hay nadie que le permita salir a andar sus pastos, a refugiarse del calor debajo de la glicina; la imagino parada en dos patitas, rascando el vidrio pensando que, quizás, aparezca alguien que le destroce la soledad en la que ha quedado, alguien que le diga, que le explique esa ausencia que le debe doler más que su pobre espalda “descangayada”.
Pero, después siento, sé, que la gorda es como yo… llevamos, siempre, un pedacito del alma encerrado… como que estamos acostumbradas a lidiar con cárceles, propias o impuestas y, también siempre, vivimos aferradas a una esperanza.
Y es esa esperanza la que me redime de saber a Filomena tan desamparada.

Pero el tantontín de Bartolomé… el tantontín es diferente. Por perro y por macho.
He de confesarte que, también, lo siento y sé que no está bien
Jamás podré quitarme del alma la última vez que lo vi… cuando lo dejé. Parado contra la reja ostentando toda su torpeza de viejo adolescente, liberando al aire de la calle Estivao todo su oloroso ser, moviendo su cola rubia y mirándome con esos ojos de “hasta pronto, andá tranquila que yo me quedo esperándote”.
Claro, tantas veces había pasado lo mismo que él pensaba que yo iba a volver, y se quedó, guardián malhumorado, en su casa, con la gorda, mirando sus pastos a través del vidrio, utilizando camas y sillones en protesta para paliar soledades… esperando mi regreso.
Pero lo jodí.
Se quedó sin nada.
Nada le dejé. Se lo saqué todo.
Todo se lo borré de un plumazo.
Tan solo lo condené a la ausencia; esa de la que tanto sabemos los hombres y de la que nada entienden los perros.
Y ahora que el otoño ha empezado a caer por esos lados, ahora que las tardecitas se van vistiendo de frío y las hojas salen a abrigar la tierra, ahora, sé que el tantontín va a entender menos.

Por eso, te quiero pedir si podés llamar a Britos y preguntarle cómo está Bartolomé.
Me gustaría saber cosas de él: si come, si juega, si corre detrás de los pájaros, si le ladra a los ruidos peligrosos como defensor de su territorio…. si todavía le brillan los ojos…

¡Gracias desde ya!
Besos,
Katia

domingo, 31 de agosto de 2008

Agosto

Como tantas incontables veces te pregunté, ¿llevás la llave?, mientras iban incontablemente pisando la bajadita de casa hacia la reja y subir al auto.
Como tantas incontables veces esperé a que arrancaras, recibiendo los olores de una nochecita de fin de semana, y nuestras manos se tocaron en ese gesto de despedida cortita, hasta dentro de un ratito nada más.
Saliste con nuestra niña y su niñito, como tantas incontables veces, a hacer un mandado aquí cerquita.
Las tantas incontables veces que contienen esos gestos que van armando nuestras vidas, que la contienen amablemente en ese refugio que nos protege de los vendavales de las circunstancias; abrir la puerta, saber dónde está saltada la piedra laja para no pisarla, ¡cuidado que no se escape el perro!, deslizar la mirada de memoria por ese paisaje de calle y ciudad que es solamente nuestro. Amorosas rutinas que han ido formando una trama fuerte, que nos soporta humanos y así de frágiles.

Esta vez cerré la puerta y nada de esos haceres que brotan sin pensar pudo salir de mí. Casi no puedo creer que dentro de unas horas te vas del país.
Nuestra niña ha andado el día arrinconadita, de espaldas, cabeza baja como buscando algo perdido para no dejar ver esas lágrimas tercas que se le salen a medida que se acerca la hora. Nuestra niña grande que, a pesar de ser mamá, parece que se le esfumara el sueño de sentirse niña cada vez que viene a casa. Casa.
No quiero, en este preciso instante, ponerme a pensar en todo lo positivo, en que todo será para mejor, ¡lo vengo haciendo desde hace meses! Dejame ahora, por lo menos mientras escribo, gritar, llorar a mares, decir que no quiero perder lo que construimos, que estoy harta de despedidas, aullar que las ausencias duelen, que es mentira que es lo mismo cuando se pierde la cotidianeidad.
Dejame, por favor, decirte que tiemblo de dudas.
Estos 53 años son un montón... y tiemblo por vos, porque no sé si yo voy a poder colgarle a nuestra niña una despedida más y empezar a enseñarle a nuestro niñito de ella cómo se dice adiós

martes, 15 de abril de 2008

Pelea

Verano se peleó con Otoño.

Otoño andaba medio remolón y Verano seguía con ganas de estirarse para marchar, casi, sin que se notara.
Otoño iba a entrar suavecito, coloreando y desparramando como azúcar morena sus frescos atardeceres maravillosos, esos que sueltan las cosquillas por el tiempo cambiante, con ganas de arrebujarse en un saco de lana y un par de medias que están guardadas en algún estante.
Otoño sabe que es uno de los momentos de cambio más lindo aquí bajo este cielo, y siempre se arregla bien con Verano, que se retira ya un poco cansado de tanto trabajo que le da llegar, conquistando al sol cada día hasta el mismo cenit, porque aquí trabaja con ganas para verse reflejado en las aguas que siempre lo devuelven, esplendente, en su sureño ser.
Pero esta vez, Verano venía un tanto envenenado y, como siguió dándole a sus entreverados pensamientos y peores sentimientos, terminaron en una terrible discusión.
¿Cuál fue la razón? Primavera, obviamente.

Es que ella no conoce a Otoño, y se maneja muy bien entre Invierno y Verano. Permanece cálidamente protegida entre las caricias y los sabios consejos de un veterano Invierno, que la adormece en ensoñaciones fantásticas, hasta que llega su momento de andar; entonces, ya Invierno rendido y feliz de su labor con la fémina, sale ella envuelta en su esplendor y, aprontándose para las tareas más bonitas, se apronta también para dejar entrar al impetuoso doncel que llegará a tomarla como la maravillosa hembra que es y la penetrará hasta hacerla suya en un Verano exultante de gozo y asombros.
Pero resulta que, a veces, a Primavera le viene nostalgia por no conocer a Otoño, y le encantaría saber cosas sobre él: que si son de la misma edad; que si la piensa; que si Verano le ha contado sobre ella; que si le gustaría conocerla; que si no está cansado de compartir siempre todo con Verano e Invierno; que si está enamorado de alguno de ellos; que si está enamorado de los dos; que si Invierno lo dejaría extenderse tratando de no ser tan Invierno, y dejarlo alcanzarla aunque sea con la puntita de sus dedos alguna vez para poder tocarse ...
Y así, entre tanto pensar, se le ocurrió desgranar preguntas a Invierno que éste le fue respondiendo casi sin darse cuenta, porque entre su tarea de dormir las cosas y preparar a Primavera para enseñarle a ser cada vez más hermosa gozando de ella en su obra, se le agitan los pensares y va contestando como no prestando mucha atención a las preguntas de Primavera. El sabe, por viejo, que nada jamás cambiará, y deja a la joven Primavera que sueñe con imposibles, porque además eso le pone un color tan indescriptible en sus mejillas y un brillo tan majestuoso en sus pupilas, que él sabe, entonces, que será ese año más anhelada aún de lo que fue el año anterior.
Por eso Primavera es así, porque entregándose descarnadamente, ferozmente, a un joven y temperamental Verano, allá atrás está pensando en ese misterioso Otoño que jamás ha conocido ni conocerá, pero que imagina permanentemente en sus sueños de despertares, de mariposas y golondrinas, de jazmines y picaflores, de aguas mansas y torrentosas cascadas de peces nadando contra la corriente.
Pero resulta que esta vez, a Primavera se le ocurrió hablarle a Verano de Otoño ... y allí se complicó todo.
Primero Verano le respondió sin darle mucha importancia a las preguntas de Primavera, pero luego, cuando éstas comenzaron a hacerse más frecuentes, Verano, en su calidad de hombre amante comenzó a molestarse, sin lograr entender nada de lo que Invierno sí entiende de la joven Primavera y sus sueños.
Comenzó a ponerse celoso.
Una noche de Diciembre, cuando Primavera dormía dejando que el calor de Verano meciera sus sueños y los de la Tierra, éste pensaba y pensaba y casi enloquece imaginando a su Otoño rozar con sus pupilas de miel las pupilas aguamarinas de Primavera. Tan celoso se puso que decidió enfrentar a Otoño y prohibirle pensar siquiera en la doncella.
Fue así que, ida la fémina a reposar para su futuro despertar, Verano retozó y pensó, y allá cuando fue a despertar a Otoño, empezaron las recriminaciones y los ataques. Pero el pobre Otoño no entendía nada de nada, porque él, al contrario de Primavera, jamás había pensado en nada que no fuese lo que es y nunca había atisbado la más mínima diferencia en las cosas que ya son de una manera y es la manera en que él es tremendamente feliz y no pretende cambiarla.
Verano y Otoño siguen discutiendo.
Otoño, que está muy dolido, ha comenzado a llorar, y Verano, que está retrasando su ida, con el retumbar del fresco otoñal y esas lágrimas, convierten esto en una humedad desagradable y el solcito de Otoño casi ni fuerzas tiene para dar calor a una tierra que debe de guardarlo para cuando llegue el Invierno.
Toda esta pelea que tienen estos muchachos por la muchacha que nos ha sabido regalar una primavera magnífica, hace que este tiempo en ocres no sea de esos casi perfectos que nos ayuda a encarar la llegada del veterano Invierno.

Estas cosas siempre se arreglan sin la intervención de nadie, así que será cuestión de aguantar y el día en que despertemos y veamos un bellísimo tiempo otoñal brillar de miel y canela en la ventana, será entonces que Verano y Otoño se han arreglado y todo retornó a la normalidad.